La sabiduría de las emociones

La emoción en una energía básica, una fuerza vital, que se expresa en el sistema muscular, en tanto no puede existir emoción sin cuerpo; es entonces en nuestro cuerpo el lugar donde residen todas las emociones. 

Las emociones son espontáneas y dan información sobre nuestra relación con el entorno, por eso son una guía poderosa a la cual necesitamos aprender a escuchar. No podemos dejar de sentir lo que sentimos, ni necesitar lo que necesitamos pero sí podemos ejercer nuestra libertad de elección de lo que queremos hacer con ello que nos pasa.


El aprendizaje emocional es un proceso que implica ser conscientes de nuestras emociones de manera vivencial, darnos cuenta cuales son las emociones que nos atraviesan. Pero para estar dispuestos a escucharlas debemos aceptarlas tal cual se nos presentan, sin juzgarlas. Sucede que no siempre es así. Muchas veces las emociones son divididas en emociones positivas, y emociones negativas. Pero como diversos autores han indicado, como Leslie Greenberg, tal distinción no existe. Las emociones no son buenas o malas, las emociones simplemente son, y necesitan expresarse ya que siempre aparecen porque algo nos desean transmitir.



Entre las diversas formas de clasificación de las emociones, aquí podemos considerar como emociones básicas: la ira, el miedo, la alegría, el asco, la tristeza y el amor . Norberto Levy en “La Sabiduría de las Emociones” indaga sobre otras emociones que creo merecen ser exploradas: el miedo, el enojo, la culpa, la vergüenza, la envidia, las cuales siempre son consideradas de manera negativa. Socialmente estas emociones tienden a no tener buena prensa y es así que a lo largo de nuestra vida aprendemos a acercarnos a ellas de forma condicionada. O nos avergonzamos de sentirlas, o las negamos, siendo casi siempre desechadas sin escucharlas debidamente lo que nos pueden enseñar. 


“Las emociones son aprovechadas completamente cuando uno aprende qué problema específico detecta cada emoción y cuál es el camino que resuelve el problema detectado”. Norberto Levy



LA DIGNIDAD DEL MIEDO


Podemos describir el miedo como una desproporción entre la amenaza y los recursos con los que cuenta la persona. Es la sensación de angustia que se efectúa ante lo que la persona percibe como amenaza, ya sea física o emocional.

Encontramos entonces creencias que enfatizan en que el problema es la emoción negativa, que el problema es sentir miedo, por lo cual hay que suprimirlo, y así quedamos sin posibilidad de resolver. En este caso Levy propone una nueva mirada, curar el miedo es transformar el miedo disfuncional en funcional. El primero angustia, inhibe, impide todo proceso de aprendizaje. En cambio el miedo funcional utiliza la angustia como señal que permite restituir la desproporción antes descripta. Un claro ejemplo puede ser el miedo a hablar en publico. Si tomamos ese miedo de forma adaptativa podemos darnos cuenta que necesitamos ayuda para hacerlo, y quizás asi pueda tomar clases de oratoria o demás herramientas que hagan que esa escena tan temida empiece a dejar de ser una amenaza al yo poder adquirir nuevas herramientas que me aporten mayor seguridad.



EL ENOJO QUE RESUELVE

El proceso en este caso sería transformar el enojo que destruye en enojo que resuelve.

La causa del enojo siempre es algún tipo de frustración. Cuando la energía del deseo que se dirige hacia su ejecución encuentra un obstáculo, este genera una sobrecarga energética en ese deseo. Esta sobrecarga es lo que llamamos enojo. Ocurre que al no saber cómo canalizar adecuadamente tal sobrecarga de energía, en lugar de ayudar a la resolución del problema a menudo aquélla se convierte en un problema más.

El enojo tiene un sustrato biológico. Desde el punto de vista químico, ante la presencia de un obstáculo vivido como amenaza, el organismo segrega adrenalina y noradrenalina, los neurotransmisores que posibilitan los comportamientos de alerta y actividad, de confrontación y lucha. Entonces, el enojo es útil para aumentar la fuerza física, pero no es útil para aumentar la capacidad para resolver un problema.


Creemos que la expresión del enojo es una conducta homogénea, pero encontramos cuatro componentes:


Entonces el enojo no es un fin en sí mismo, sino un medio para resolver un problema. El enojo se convierte en un fin en sí mismo cuando nos olvidamos, nos desconectamos del tema que ha provocado nuestro enojo y parece que sólo queremos herir a quien nos ha irritado. Esto nos introduce en el cuarto componente de la expresión del enojo, que es:

El deseo de castigar al otro por lo que hizo. Aqui quedamos enquistados en una forma desadaptativa del enojo.




APRENDER DE LA ENVIDIA

El primer instante de la envidia es un dolor ante un contraste que nos remite a nuestros deseos insatisfechos. Si aprendemos a utilizar esa señal descubriremos la riqueza potencial de la envidia y no surgirá la necesidad de destruir los logros del otro, ya que cuando la envía aflora aparece una reacción de dolor y enojo que intenta destruir lo que el otro tiene por haber percibido que ese otro ha alcanzado algo que deseamos y que no hemos logrado.

Si observamos más atentamente este sentimiento comprobaremos que el deseo de destrucción del otro o sus logros no es el objetivo central de la envidia. El objetivo central es la eliminación de un contraste cuya percepción produce un dolor insoportable. Quien envidia a menudo no se da cuenta de que lo que quiere eliminar es el contraste. Muy pocas personas son conscientes de esa motivación profunda. Más bien sienten que a quien quieren atacar es al envidiado.


Describamos entonces cuáles son las condiciones que la generan:



Los caminos para resolverla que propone Levy: La doble reacción. Si somos consciente de nuestras carencias, ante el logro puede experimentar con mayor claridad la doble

reacción que este suceso genera en ella. Por una parte podemos alegrarnos genuinamente por el logro del otro y, simultáneamente, sentir dolor y tristeza al recordar nuestra falta. Si legitimáramos esta doble reacción, podríamos transmitirla y la incluiríamos como una respuesta natural, normal e inevitable.


LA VERGÜENZA Y LA CURACION

El mismo término nombra un sentimiento necesario, funcional y socialmente valioso, y también una emoción perturbadora, disfuncional, que requiere ser comprendido y transformado. Esta emoción perturba, muchas veces de forma intensa, la posibilidad de expresión libre y espontánea. Además la vergüenza significa una pérdida sorpresiva, aguda e intensa de la autoestima.


Lo que se hace más evidente es el avergonzado, el que siente vergüenza, pero es importante reconocer que ese polo está producido por el opuesto: el avergonzador. Es el avergonzador el que hace sentir vergüenza, y hace sentir vergüenza en la medida en que se burla, humilla y descalifica. Sin avergonzador no hay avergonzado. Entonces es importante revisar cómo es el avergonzador interno de cada uno; este podría ser descripto como esa voz que imagina como los otros van a burlarse de nuestro deseo de mostrarnos y de los fallos en nuestra performance, de nuestro actuar.


Ese aspecto necesita aprender que si bien su función es informarnos de que nos hemos equivocado, el sentido último de esa información es ayudarnos a capacitarnos, no destruirnos. Necesita incluir el componente de aprendizaje que existe en la vida, en el que somos aprendices que continuamente ensayamos, exploramos, acertamos y nos equivocamos.


LA CULPA QUE TORTURA , LA CULPA QUE REPARA

Suele considerarse la culpa como una emoción negativa, torturadora, que no deja vivir. Ésa es la forma disfuncional de la culpa. Levy propone transformarla en un valiosísimo aliado que repara sin torturar, ya que en esta emoción hay una relación culpador- culpado.

Para comprender la culpa disfuncional y poder transformarla en funcional es necesario reconocer un punto crucial: el propósito esencial del culpador no es torturar al culpado sino lograr que actúe de acuerdo con las pautas del código interior que lo rige, a ciertas creencias internalizadas.

Una tarea que el culpador y culpado deben realizar para Levy es contextualizar, flexibilizar y así darle más precisión a las normas; que sean normas que puedan ser cumplidas. Levy da un ejemplo de cambiar la norma “yo deseo que mis padres sean felices” a otra como: “yo haré lo que me sea posible para contribuir en la felicidad de mis padres y hasta donde ellos puedan experimentarla”, viendo en esta última una norma más flexible y acorde a un respectivo contexto.




Poder gestionar de manera adaptativa cada una de estas emociones es fundamental la identificación y reconocimiento de las mismas.

Leslie Greenberg estableció que el proceso emocional básico tiene 8 pasos:


Se consciente de tus emociones

Da la bienvenida a tu experiencia emocional

Describe tus emociones con palabras (ponle nombre)

Identifica tu experiencia primaria

Evalúa si un sentimiento primario es saludable o no

Identificar los pensamientos destructivos que acompañan a la emoción

Encontrar emociones y necesidades adaptativas alternativas

Transformar la emoción desadaptativa y los pensamientos destructivos


Las emociones siempre son nuestras guía, no lo olvidemos.


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